El rayo que no cesa
eres tú,
siempre en mi cabeza,
siempre pensando en ti
con cabal presteza.
Me alimento de ti
y ornamento mis certezas
con tan leves memorias
o pretendidas sutilezas
que me valen de aliento.
Luego, te veo en las flores
y en los cristales de los expositores,
en los coches blancos que pasan
como corceles voladores,
y en las cabras del mar del Orzán,
o en esos cielos grises demoledores.
Pero al final, nada,
nada de nada,
te veo, pero ni me acerco,
no me atrevo a más
por ese absurdo miedo tonto
de que en realidad no existas,
de que sean sólo imaginaciones
de este enamorado loco.
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