La cadencia del tiempo inexorable
que machaconamente nos transforma
no tiene piedad con esta reforma
que, nueve lustros ha, empezó mi madre.
Cada año, uno más viejo y uno más sieso,
cada año, más ultrajado por la edad
y sin embargo, sin perder la necedad
que el reloj borra con su advenimiento.
Cuarenta y cinco cuento ya, y buscándote
sigo aún, aprendiendo a esperar sin desesperar
y a luchar, aunque a veces no sepa el porqué.
Cuarenta y cinco más te esperaré
para morirme contigo junto al mar,
una tibia noche
que en La Torre sople el nordés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario